martes, 7 de marzo de 2017

SANTO TOMÁS DE AQUINO REIVINDICADO POR SAN JUAN EUDES COMO DEFENSOR DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

San Juan Eudes, La Admirable infancia de la Santísima Virgen, Imprenta de René Guignard, París, 1676. tomo V, Capítulo VIII, Sección II, págs. 103-110: Respuesta a lo que se alega de Santo Tomás
  
Muchos no dejarán de alegar que Santo Tomás enseñó que esta divina Madre contrajo la mancha del pecado original, pero se les dirá, en primer lugar, que esto no es seguro y hay razones para dudar de ello.
  
Porque está en contra de ello que doctor tan santo se opusiese a la idea de su santo padre Domingo, que, según el testimonio de varios autores famosos, enseñó y predicó lo contrario; y a Alejandro de Hales, del cual fue discípulo; y a su gran maestro San Agustín, que, en el libro que escribió sobre la naturaleza y la gracia -contra el hereje Pelagio, que negaba el pecado original, y que aseguraba que podríamos vivir sin pecado actual- después de decir que no hay ningún ser humano que estuviese sin pecado, exceptuó a la Santísima Virgen, protestando que, cuando se trata del pecado no se habla de ella de ninguna manera.
“Porque sabemos, dice, que como ella mereció concebir y llevar al que nunca había tenido el pecado, ella recibió una gracia abundantísima gracia para vencer totalmente el pecado”.
  
Y en los libros que él escribió contra Julián, obispo de Capua, nos dio una máxima indudable diciendo que “quien en el curso de su vida no cometió pecado actual, ni mortal ni venial, habría que considerarlo como quien tampoco hubiese contraído el pecado original”.
 
Por lo tanto, debemos concluir que la Santísima Virgen fue enteramente libre de pecado ya que es algo constantemente profesado por el consentimiento común de los Santos Padres, el sagrado Concilio de Trento y por lo tanto de toda la Iglesia, que Ella nunca cometió pecado, ni mortal ni venial.
  
Si alguien afirma que Santo Tomás se ha pronunciado contra la Inmaculada Concepción, en sus Comentarios sobre el tercer capítulo de la Epístola a los Gálatas, sexta lección, y en la tercera parte de la Suma, questio 27, artículo 2, se le responderá que no es cierto que este santo Doctor escribiese las cosas que hoy día se dice que se leen en esos libros sobre este tema, que vemos lo contrario en muchas impresiones antiguas.
  
Porque, en primer lugar, en sus Comentarios sobre el tercer capítulo de Gálatas, sexta lección, él dijo:
“Que todos los hijos de Adán fueron concebidos en pecado, excepto la muy pura y dignísima Virgen María, que ha sido totalmente preservada de todo pecado original y venial”.
  
Estas palabras pueden verse en la edición de dichos comentarios, que se guardan desde hace más de veintiséis años en la biblioteca de la Compañía de Jesús en Vienne, en el Delfinado, y en la edición del año 1529 que se encuentra en [la biblioteca de] los Padres Mínimos de Tolosa; y en la de Henrique, jesuita, lib. 3 Summa, cap. 11 littera M; y en la de Pineda, en el cap. 7 Ecclesiastis, v. 29, n. 8; y la impresión de París de 1542, que se conserva en la biblioteca de la universidad de Bourges de la misma Compañía, en la que Honorat Niquet, jesuita, asegura haber visto y leído los mismos comentarios de Santo Tomás sobre la Epístola a los Gálatas, y en las dichas impresiones de Venecia y París, en la que Santo Tomás habla de la manera que acabo de decir.
 
En segundo lugar, el mismo Santo Tomás, en la Parte tercera, quest. 27, art. 2, habla de esta manera:
“La Santísima Virgen fue santificada desde el vientre, cuando su alma se unió a su cuerpo”.
Estas palabras se leen en un libro muy antiguo, que se conserva en el convento de San Francisco, cerca de las murallas de Sevilla.
 
Honorat, religioso muy virtuoso y muy digno de crédito de la Compañía de Jesús, asegura que ha visto y leído un libro en su biblioteca de Bourges, que yo también he visto y leído en la biblioteca de la universidad de Caen, de la misma Compañía, y en la biblioteca de nuestro seminario de Coutances, en el que el autor de este libro, llamado Joannes Bromiardus, que vivió en el año 1260, según las crónicas de la Orden de Santo Domingo, alega que Santo Tomás en la tercera Parte, quest. 27, art. 2 sobre la Concepción de la Santísima Virgen, dice las mismas palabras que acabamos de citar, que ella fue exenta del pecado original y del pecado venial.
 
En tercer lugar, Bernardino Bustis, 216, Alfonso Salmerón, 217 y San Pedro Canisio, 218 escriben que anteriormente Santo Tomás Tomás, escribiendo sobre el Ave María, habló de esta manera:
“María puríssima fuit quántum ad omnem culpam, quia nec originále, nec mortále, nec veniále peccátum incúrrit” (María siempre ha sido muy pura de toda culpa, porque ni el pecado original ni el mortal ni el venial, nunca han tenido lugar en ella).
 
Y el cardenal de Torquemada, aunque opina lo contrario, sin embargo, reconoce que estas son palabras de Santo Tomás.
  
Sin embargo, ahora se dice justo lo contrario sobre este texto del mismo Santo, así como en los otros precedentes sobre la Epístola a los Gálatas y en su tercera Parte [de la Summa].
  
¿Qué consecuencia puede extraerse de todo lo anterior sino que los lugares de Santo Tomas, en los que ahora encontramos una doctrina opuesta a la que había en las antiguas impresiones, han sido cambiados y alterados?
  
También leemos en Teófilo Raynaud, de la Compañía de Jesús, que en una impresión hecha en Amberes de las obras de Santo Tomás, en el año 1613, a cargo de un librero llamado Joannes Keerbergius, el que la mandó hacer fue acusado ante el Papa Pablo V, por un doctor de España llamado Bernardo de Toro, que estaba encargado en Roma sobre el asunto de la Concepción Inmaculada de la Reina del Cielo: fue acusado, digo, de corromper lo que dijo Santo Tomas en favor de la purísima Concepción, en sus Comentarios sobre el primer libro de las Sentencias, de que hemos hablado más arriba; y Su Santidad habiéndolo reprendido y castigado severamente, él cambió la hoja que contenía lo que había sido falsificado.
 
Visto todo lo anterior, si encontramos algún otro lugar entre los libros de Santo Tomas, donde parezca hablar contra la Concepción Inmaculada de la Madre de nuestro Dios, tendremos derecho a sospechar de haber sido corrompido, sobre todo teniendo en cuenta que este santo Doctor habla tan claramente en sus Comentarios sobre el Primer Libro de las Sentencias, donde dice que la Santísima Virgen fue libre de todo pecado, y que poseía el más alto grado de pureza, es decir, como dice San Anselmo, ella tiene la más radiante pureza que se puede imaginar después de la pureza infinita de Dios: “Pervénit ad summum puritátis”.
 
Y todavía diremos sobre el primer libro de las Sentencias, que habla el mismo lenguaje que tenía en los lugares alegados antes de la falsificación que se ha cometido en ellos. He aquí las siguientes palabras: 
“Potest alíquid creátum inveníri, quo nihil púrius esse potest in rebus creátis. Et talis fuit púritas beátæ Vírginis, quæ a peccáto origináli et actuáli fuit immúnis”. (Se puede encontrar algo más puro en las cosas creadas, y ello fue la pureza de la bienaventurada Virgen, que estuvo libre de todo pecado original y actual).
  
San Juan Eudes, El Corazón admirable de la Santísima Madre de Dios. Imprenta de Jean Poisson, Caen, 1681. Libro IX, Cap. I, sección 1, págs. 449-451: Desventuras de Juan de Monzón
  
Ya he dicho algunas cosas muy importantes en el capítulo 8 del libro que Dios me dio la gracia de publicar La admirable infancia de la Santísima Virgen, que muestran claramente que nunca ningún pecado ha tenido lugar en su santo corazón, sino que siempre ha estado lleno de gracia desde el momento de su pura concepción. Pero para establecer y fortalecer cada vez más la verdad, voy a añadir aquí lo que refiere el Padre Louis Maimbourg de la Compañía de Jesús, en su Historia del Gran Cisma de Occidente, libro tercero. He aquí sus palabras:
“Juan de Monzón, profesor de teología, de la Orden de Santo Domingo, propuso públicamente en la sala de Santo Tomás, una tesis en la que había catorce proposiciones muy peligrosas; y entre ellas, cuatro o cinco contra la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, porque, argumentó, no sólo que ella fue concebida en pecado original, sino también que es un error contra la fe el decir que no lo había tenido. Al mismo tiempo, algunos de sus compañeros predicaron en París y en otras partes, la misma cosa y otras muy ofensivas al honor de la Santísima Virgen.
  
Esto no pudo hacerse sin causar un escándalo furioso en la ciudad, especialmente en la universidad, que siempre había tenido gran celo por la gloria de la Madre de Dios. Pero como el Decano de la Facultad, al que se habían dirigido para remediar este escándalo, hubiese informado a la Facultad de las proposiciones, sin nombrar al autor de ellas, que estaba presente, lejos de retractarse o disculparse, protestó que no había hecho nada sin el consejo de sus superiores, e incluso por su mandato, y estaba resuelto a apoyar su doctrina hasta la muerte. Por esta razón, visto que persistía en su obstinación, y después de prometer retractarse, no quiso hacer nada, la facultad primeramente, y todo el cuerpo de la Universidad después, censuró y condenó sus tesis como falsas, temerarias, escandalosas y contrarias a la piedad de los fieles.
  
El obispo de París, Pierre Orgemont, al que el famoso cuerpo docente se había dirigido como juez de la doctrina en su diócesis, después de implorar la ayuda del Espíritu Santo con una procesión general, hizo examinar de nuevo exactamente las proposiciones, confirmó la censura hecha y condenó solemnemente con una sentencia judicial, la cual pronunció con gran ceremonia, vestido con sus ropas pontificias en el umbral de Notre-Dame, lugar y alrededores que se llenaron con un número inmenso de personas de todas condiciones que habían acudido de todo París para este grandioso acto, que era el triunfo de la Santísima Virgen.
  
Juan de Monzón, que previendo su condena, se había retirado a la Corte de Aviñón, donde los de su Orden tenían crédito, apeló la sentencia ante el Papa, y protestó, como lo hicieron también sus correligionarios, alegando que en este caso se trataba de la doctrina de Santo Tomás, aprobada por la Iglesia, y que en consecuencia ni la universidad ni el obispo de París no podían condenar.
 
Acto seguido la Universidad, aunque un poco sorprendida por haber sido encausada por un particular, que había alegado mil falsedades ante la corte del Papa, delegó a cuatro de sus más famosos doctores: Pedro de Ailly, gran maestro de Navarra, después obispo de Cambrai, Gil de Campos y Juan de Neuville, bernadino; y Pedro Allainville, doctor y profesor de Derecho Canónico, y, al mismo tiempo promulgó una excelente carta circular a todos los fieles, para justificar su conducta contra los jacobinos [N. del T. El apelativo Jacobino, con el que se conocía a los Dominicos en Francia, se atribuye al hecho de que su primer convento en París estaba dedicado a San Santiago (Saint Jacques en francés), y era punto inicial de la peregrinación hacia Compostela] que estaban abusando del nombre y de la doctrina de Santo Tomás, que nunca ellos pretendieron condenar, y al que hacían decir, a gusto propio, lo que Santo Tomás, jamás había pensado.
 
Los cuatro delegados fueron recibidos en la Corte del Papa con todos los honores. Se les dio una audiencia especial, y luego en pleno consistorio durante tres días, hablaron con tal fuerza y firmeza, justificando su censura y la sentencia del obispo de París, que atrajeron la admiración de toda esta augusta Asamblea, y el Papa no pudo dejar de hacer un encendido elogio de esta ilustre y sabia Universidad, que producía hombres tan grandes.
  
Finalmente, después de que Juan de Monzón hubiese declarado todo lo que quiso, de viva voz en pleno consistorio, y por medio de los escritos que él mismo distribuyó en defensa propia y después de que los delegados, en especial el sabio Pedro de Ailly, lo hubiesen confundido en la disputa, y por medio de un excelente tratado donde hicieron ver claramente, entre otras cosas, que lo que habían condenado no era de ninguna manera la doctrina de Santo Tomás, y que no era nada de lo que reclamaba este jacobino: el Papa, después de haber hecho examinar el asunto varias veces ante él durante casi un año, confirmó la sentencia del obispo de París y la censura de la Universidad, a la que envió a Juan de Monzón con orden de someterse enteramente para su corrección. Él prometió hacerlo para librarse de las cárceles del Papa; pero la noche siguiente, huyó y escapó a su país, Aragón.
  
A continuación, los diputados regresaron en triunfo a París, donde fueron recibidos con gran aclamación de todas las Órdenes religiosas por haber preservado tan sabiamente la gloria de la Santísima Virgen. Pero los jacobinos, pensando que estaban apoyados por Guillermo de Valen, de su misma Orden, que era obispo de Évreux y confesor del rey, no dejaron de seguir defendiendo sus proposiciones tres veces condenadas; por lo que se levantó contra ellos la peor tormenta nunca vista.
  
Porque la Universidad los expulsó de su cuerpo; el Obispo de París prohibió que predicaran y confesaran; a varios se les puso en prisión; se dejó de darles limosnas; y los que se atrevían a salir del convento eran perseguidos por el pueblo y cubiertos de insultos por las calles, como enemigos de la Santísima Virgen. Todavía hubo más cuando el Papa se enteró de la fuga de Juan de Monzón y la obstinación de sus partidarios, los excomulgó por una bula que salió de Aviñón para ser fulminada en toda Francia. Cassinel Ferry, obispo de Auxerre, fue el elegido para presentarla al Rey y dar cumplimiento a la excomunión, cosa que hizo con tanto celo y firmeza, como que había sido uno de los más famosos doctores de París quien lo había demandado, ordenando el Rey que no sólo fuese publicada, sino también que fueran puestos en prisión los que hablasen o escribiesen en contra de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, y que fueran enviados a París para ser objeto de la corrección de la Universidad. Finalmente la tormenta no cesó hasta que los jacobinos dieron públicas garantías de la promesa hecha de celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción, y jamás decir nada que fuera en contra de ella.
 
Lo peor fue que la Universidad, no pudiendo sufrir que el obispo de Evreux, jacobino y confesor del rey, se burlase de la victoria que ella había conseguido y se jactase de que él siempre mantendría la doctrina de Juan de Monzón, hizo tan fuertes protestas al Rey sobre este asunto, que se hizo necesario que este prelado se retractara y condenase esta doctrina en un acto público, como lo hizo en presencia del Rey, de los Príncipes, del condestable de Clisson, de los Señores de la Corte y del Consejo, y del Rector de la Universidad con los miembros de las cuatro Facultades. Y la cosa llegó tan lejos que el Rey dejó ya de requerir sus servicios por más tiempo, y a pesar de su retractación, su Orden no fue admitida en la Universidad más que después de varios años. En tal grado la devoción de la Santísima Virgen, Inmaculada en su concepción, que Francia entera testimonia, había echado profundas raíces en los corazones de nuestros antepasados y en especial en nuestros reyes”.
Esto es lo que nos refiere el Padre Maimbourg y varios otros graves autores de gran crédito. Todo esto nos hace ver cuán pernicioso es apegarse al propio juicio y resistir el espíritu de Dios que habla por la boca de la Iglesia.

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