jueves, 16 de marzo de 2017

OTÓN I, EL EMPERADOR QUE SALVÓ A LA IGLESIA

Para muchos estadounidenses, fuertemente influenciados por las películas de factura hollywoodenses, cualquier cosa que se describa como “Imperio” es mal vista, y los buenos gobiernos son obligados a tomar nombres como “la Federación” (ejemplo de ello es la saga de Guerra de las Galaxias). Y en el ambiente mamértico latinoamericano, los detractores del socialismo son motejados como “agentes del imperialismo yanqui” (cosa irónica, ya que el ALBA es expresión del imperialismo castro-chávez-madurista). Sin embargo, para los Católicos, la palabra “Imperio” nunca fue una mala palabra, sino que se refería al Imperio Romano Cristianizado que fue la base política de la Cristiandad, no solamente en Europa, sino en todo el universo mundo.
 
Su líder, el Sacro Emperador Romano, era electo, como el Romano Pontífice (aunque posteriormente pasó a ser hereditario el trono imperial). Él no era un dictador, y mucho menos un déspota, sino un foco de lealtad y simbolismo cristiano, el primero entre los soberanos cristianos. Por él se oraba específicamente el Viernes Santo en la Intercesión General y en el Exsúltet del Sábado Santo.
 
Pocos estados eran gobernados directamente por el Emperador, y los que lo estaban tenían en gran honor ser “unmittelbar” (inmediatos), respondiendo directamente al Emperador y no a algún dirigente intermedio.
 
El Emperador también tenía el derecho (y la obligación) de convocar y presidir todos los Concilios Generales de la Iglesia. De hecho, así se hizo en los primeros 1100 años de historia cristiana (cierto es que los decretos de esos concilios no podían tener fuerza vinculante a menos que el Romano Pontífice los ratificara, pero quien convocaba y presidía esas reuniones de obispos y cardenales no era el Papa, sino el Emperador).
  
Esta dual separación de poderes era central para la Constitución de la Cristiandad, establecida por Nuestro Señor [Lucas 22, 38] y enseñada por el primer Papa, San Pedro [1 Pedro 2, 13-14 y 17].
 
El Emperador Romano también tenía la potestad de presentar el veto a la elección de un Papa y podía remover a algún Papa que había sido declarado auto-depuesto por un Concilio, incluso si era convocado dicho concilio por el emperador. Ejemplo notorio fue el del emperador Otón el Grande (23 de Noviembre de 912 - 7 de Mayo de 973), quien utilizó ese poder a fin de salvar a la Iglesia en el año 963 del corrupto Papa Juan XII.
  
Otón I el Grande, Sacro Emperador Romano
 
Otón fue hijo del rey Enrique I el Pajarero, fundador de la Dinastía Sajona. Fue ungido y coronado Rex et Sacérdos en Aquisgrán, la antigua capital carolingia, en el año 936. En 951, aprovechando la conquista que hiciera su hijo Liudolfo sobre la Lombardía, entró por primera vez a territorio italiano, para defender a la reina Adelaida de Borgoña (futura Santa Adelaida) frente a los ataques de Berengario II de Ivrea. Otón fue coronado ese año como Rey de los Lombardos, siguiendo el ejemplo de Carlomagno, casándose con Adelaida. Luego fue coronado como Sacro Emperador Romano en el año 962 en la Basílica constantiniana de San Pedro por el papa Juan XII, el mismo papa al que luego removerá de su oficio.
 
Esto sucedió durante un período que el historiador y cardenal César Baronio llamó “sǽculum obscúrum” o Años Oscuros del Papado (el término “pornocracia” -y su variante alemana “Hurenregiment”-, que puede traducirce como “gobierno de las prostitutas”, fue acuñado en el siglo XIX por el teólogo luterano Valentín Ernest Löscher en 1705) porque las elecciones papales entre 904 y 964 fueron iniciadas y controladas por Teodora, esposa del conde Teofilacto de Túsculo, y su hija Marozia, que gobernaban Roma y se aseguraban de que sus amantes e hijos fueran electos como Papas.
 
Marozia, que inusualmente tuvo los títulos de patrícia y senátrix de Roma, había sido la amante del papa Sergio III (que alegadamente ordenó asesinar a sus antecesores, los papas León V y Cristóbal) y su hijo devino en el papa Juan XI. Ella hizo que su anterior amante, Juan X fuera apresado y asesinado para abrirle el camino a su nuevo favorito, el papa León VI.
 
Octaviano, nieto de la senátrix Marozia, fue elegido (o mejor, fue impuesto bajo instigación de algunos romanos) como Papa Juan XII el 16 de Diciembre de 955. Su conducta era más de un condottiero que de un pastor de almas: Contrató como mercenarios a los soldados del duque de Espoleto contra el príncipe Pandolfo de Capua, que con el apoyo de Gisolfo de Salerno, no sólo resistió el ataque, sino que puso en vergonzosa fuga al papa. Juan enfrentó fuerte oposición de la nobleza romana liderada por el rey Berenguer II de Italia y su hijo Adalberto, por lo que decidió apelar al poderoso Otón, con quien ratificó el 13 de Febrero de 962 el Privilegio Otoniano, la primera garantía efectiva de protección imperial desde el fin del Imperio carolingio. Otón y Adelaida fueron coronados como Sacros emperadores romanos.

Juan XII.
  
Un dato anecdótico: Otón desconfiaba del papa y de los romanos en general, y exigió que durante toda la ceremonia de su consagración su portaespada mantuviera el arma desnuda sobre su cabeza para protegerle de una eventual agresión. Su desconfianza no era en vano, como se verá en los hechos posteriores.
 
Juan quebrantó la alianza al restablecer relaciones con sus otrora enemigos Berenguer y Adalberto, y de enviar cartas a Bizancio, Hungría y aún a los mismos sarracenos, para que le declarasen la guerra al emperador. Otón interceptó las cartas, y le envió una fuerte advertencia al papa, porque era voz común que Juan “pasaba toda su vida en la vanidad y el adulterio” (cf. Liber pontificális, p. 264). Juan ignoró la advertencia de Otón, que entonces marchó sobre Roma. Huyó llevándose consigo el tesoro papal.
 
El emperador Otón decidió entonces ejercer su legítimo poder imperial para salvar a la Iglesia de un papa tan corrupto y peligroso, parecido más al emperador romano Heliogábalo que no a San Pedro. Otón convocó un sínodo de cardenales y obispos en Roma para decidir sobre el asunto. Este sínodo demandó que Juan XII se presentara y se defendiera frente a un listado de cargos (exceptuada la herejía). El obispo Liutprando de Cremona resumió así las acusaciones:
“Entonces, el cardenal presbítero Pedro testificó que él mismo presenció a Juan XII celebrar Misa sin comulgar. Juan, obispo de Narni, y Juan, un cardenal diácono, declararon que ellos mismos vieron que un diácono había sido ordenado en una caballeriza, pero que no estaban seguros de la época. Benedicto, cardenal diácono, con otros diáconos y sacerdotes, dijeron que ellos sabían que a Juan XII le pagaban para ordenar obispos, específicamente que él había ordenado a un niño de diez años como obispo en la ciudad de Todi. Dijeron que no era necesario contar el sacrilegio, porque podríamos creerlo más viendo que escuchando de él. Testificaron sobre el adulterio, que ellos no habían visto con sus propios ojos, pero que sabían con certeza: él había abusado de la viuda de Rainiero, y de Estefanía, concubina de su padre; de la viuda Ana y la sobrina de ésta, y convirtió el sagrado palacio [de Letrán] en lupanar y prostíbulo. Ellos dijeron que él iba públicamente a cazar; que había cegado a su confesor Benedicto, y que por esa causa Benedicto murió; que mató a Juan, cardenal subdiácono, después de castrarlo; y testimoniaron que causó incendios, ceñido de una espada y con casco y coraza puestos. Todos, tanto clérigos como legos, declararon que él obsequiaba al diablo con vino. Dijeron que cuando jugaba a los dados, invocaba a Júpiter, Venus y otros demonios. Dijeron que no rezaba Maitines ni las horas canónicas, ni se hacía la señal de la cruz”. (Liutprando de Cremona, De rebus gestis Ottónis magni Imperatóris, pp. 904-904)
 
El papa Juan respondió con una carta diciendo: “Hemos oído decir que vosotros quereis hacer otro Papa; si haceis esto, os excomulgo en nombre de Dios omnipotente, para que no tengais ningún permiso de ordenar y celebrar misa”, y entonces fue a cazar en las colinas de Campania. Entonces el sínodo declaró depuesto a Juan XII y procedió el 4 de Diciembre a elegir como Papa al piadoso León (que por ser un laico en ese momento, tuvo que recibir el día 5 todas las órdenes de manos del cardenal-obispo Sico de Ostia, y al día siguiente ser consagrado obispo por Sico de Ostia, Benedicto de Porto y Gregorio de Albano, asumiendo como León VIII).
 
Otón regresó a sus dominios en Alemania, y entonces Juan, regresando a Roma en Febrero de 964, y habiendo sobornado al clero y la nobleza romana, presidió un anti-sínodo que declaró ilegal su deposición y anuló la elección de León VIII y todas las órdenes por él conferidas.
 
Juan entonces ordenó mutilar a los prelados que facilitaron su deposición (al archivista Azón le cortó la mano derecha, y al cardenal diácono Juan le cortó la nariz, la lengua y dos dedos de la mano derecha), despojó de su rango a los obispos consagradores de León VIII y anuló las órdenes conferidas por éste, retornando al trono pontifical y demandando la paz con Otón, esperando salir intacto de sus fechorías. Pero la muerte le sorprendió el 14 de Mayo de 964, tornando inútil cualquier disputa. Según Liutprando de Cremona, Juan XII fue sorprendido en flagrante adulterio con Estefanía, esposa del posadero que lo acogía, quien luego de soberana paliza lo defenestró, muriendo a la semana siguiente de apoplejía, sin el auxilio de la extremaunción ni del Sacramento que en vida se negó a recibir cuando celebraba la Misa.
   
El 22 de mayo, los romanos eligieron como Papa a Benedicto V, a pesar del hecho que León VIII aún vivía y que el mismo Benedicto avaló su elección. Al enterarse de esto, el emperador Otón movilizó sus tropas nuevamente y puso a Roma bajo sitio hasta el 23 de Junio, cuando entró vencedor. Ese mismo día Otón convocó a sínodo, según las facultades que legalmente tenía. Liutprando relata nuevamente el hecho:
“...vino [al Palacio Lateranense] Benedicto [V], usurpador de la Sede Apostólica, llevado de la mano de aquellos que lo eligieron, y revestido de ornamentos pontificales. El cardenal archidiácono Benedicto lo atacó con una arenga: «¿Con cuál autoridad, con cuál ley, oh invasor, has usurpado estos ornamentos pontificales, viviendo nuestro señor venerable papa León [VIII] aquí presente, el cual tú, junto con nosotros, elegiste al solio apostólico después de haber acusado y reprobado a Juan [XII]? ¡Ahora puedes negarlo bajo juramento en presencia del emperador nuestro señor, prometiendo, con los otros romanos, que tú nunca serás electo u ordenado papa sin el consenso del rey Otón y de su hijo!». Benedicto respondió: «Si he pecado en algo, tened piedad de mí». Entonces el emperador derramó lágrimas, y mostrando cuán misericordioso era, pidió al sínodo que no le hicieran daño a Benedicto. Que si quería y podía, respondiera a las preguntas para defender su causa; que si no podía o quería hacerlo, y si quería declararse culpable, también encontraría por el temor de Dios algo de misericordia. Oyendo esto Benedicto, corrió velozmente a los pies del señor papa León y a los del mismo emperador, declarando en alta voz que había pecado, que era un usurpador de la Santa Sede Romana. Después de esta declaración, se despojó de su palio, que con la férula pontifical que portaba en su mano, retornó en las manos del papa León. El papa destruyó la férula, y la mostró al pueblo hecha pedazos. Después hizo (León VIII) sentar en la tierra a Benedicto, el cual se despojó de la casulla (que llaman planeta), junto con la estola. Y después dijo a todos los obispos: «A Benedicto, usurpador de la Santa Sede Romana y Apostólica, lo privamos del pontificado y del orden del presbiterado; y por caridad del emperador nuestro señor Otón, por obra del cual hemos sido restituidos a la Sede debida, le permitimos conservar el orden del diaconado; y no ya en Roma, sino en el exilio, al cual lo destinamos»”. (Liutprando de Cremona, De rebus gestis Ottónis magni Imperatóris, pp. 909-910)
  
El depuesto Benedicto fue enviado a Hamburgo, donde el obispo Adaldago le trató bondadosamente y le permitió predicar en su diócesis, obteniendo numerosas conversiones y retornos a la práctica religiosa, y murió el 4 de Julio de 966 con fama de santidad. León VIII, por su parte, reinó con rectitud y en paz hasta el 1 de Marzo de 965, cuando murió. Un sínodo posterior eligió, con la aprobación otoniana, a Juan Crescenzio, obispo de Narni, como papa Juan XIII el 1 de Octubre de 965. Sin embargo, Juan XIII era impopular entre la nobleza romana, a la cual redujo el poder que tenían. El conde Rofredo de Campania y Pedro, prefecto de Roma, persuadiendo a la nobleza de la “amenaza sajona” que representaba el Pontífice, apresaron al papa el 16 de Diciembre de 965 en el Castillo de Sant'Angelo, y luego lo trasladaron a Campania, donde Rofredo tenía un castillo.

El papa escapó a Capúa, refugiándose en la corte de Pandulfo I Capodiferro, y desde allí pidió ayuda al Emperador. Otón de nuevo ejerció su autoridad como Emperador Romano y marchó sobre Roma. Los leales al Papa lograron tomar el control, y Otón restauró a Juan XIII el 14 de Noviembre de 966 en su sede, y castigó a los líderes de la rebelión en forma ejemplar. Otón tomó residencia en Roma durante los siguientes seis años para mantener el orden, celebrando el Sagrado Triduo y la Pascua con el piadoso y erudito Juan XIII en la recién recuperada Ravena. El Papa envió misioneros a Polonia y Hungría, y recuperó el Mediodía italiano para el Rito Latino (en ese entonces, era zona de influencia del Imperio Bizantino y el Patriarcado de Constantinopla).
 
Debate hubo y habrá entre los historiadores sobre la legitimidad de los reclamantes al papado en el trienio 963-966: los protestantes toman los acontecimientos de este período como acicate para sus calumnias contra la Iglesia Católica, los clericalistas extremos tacharán como cismáticas las acciones de Otón I del Sacro Imperio. Nadie puede negar, sin faltar a la verdad histórica, que el emperador propició un renacimiento cultural en el Sacro Imperio y ayudó a la codificación del Rito Romano mediante el Pontificale Romanum Germanicum, además de estar inspirado por un santo celo por el bien de la Iglesia comparable al de Carlomagno, lo cual mereció a Otón que Juan XII hiciera este elogio: “Libertador y protector de la Iglesia, Huésped ilustre de Roma, Grande y Tres veces bendito César coronado por Dios”.

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