lunes, 14 de noviembre de 2016

RONCALLI Y BUONAIUTI, AMIGOS Y HEREJES HASTA LA MUERTE

En el artículo "El 'beato' que trajo la desgracia a la Iglesia: Roncalli/Juan XXIII bis", Fray Pedro de la Transfiguración CRC decía que Roncalli
fue compañero y amigo de Ernesto Buonaiuti, que sería más tarde excomulgado por modernista. Aunque Angelo no lo sigue en su mal espíritu y en su crítica de la formación que recibieron, sin embargo quiere, como él, una Iglesia más abierta al mundo moderno y que esté más interesada en la acción social.

Lo sentimos mucho fray Pedro, tienes razón en que Roncalli y Buonaiuti fueron condiscípulos y amigos, pero TE EQUIVOCASTE de punta a cabo al decir que éste no era seguido por Roncalli.
 
Trducción hecha del artículo publicado en VATICAN INSIDER. Tomado de FORO CATÓLICO

EL AMIGO MODERNISTA DEL "PAPA JUAN"

La amistad nunca desmentida entre Don Ernesto Buonaiuti, el más célebre exponente del modernismo, y Ángelo Roncalli en los recuerdos del periodista y teólogo Gianni Gennari
 
 
El título que publicó el “Corriere de la Sera” el 28 de agosto (de 2013) podría parecer clamoroso: “Roncalli enseñó con los apuntes del modernista Buonaiuti”. Marco Rizzi cuenta (pero en realidad la historia se conoce desde hace décadas) que «el futuro Papa usó las lecciones de su amigo en olor de herejía». Lo que tal vez no todos saben es que Angelo Giuseppe Roncalli fue (hasta la muerte) un apasionado estudioso de historia y que cuando era un joven sacerdote enseñó Historia de la Iglesia. Entre sus amigos y colegas de estudios, en Roma, estaba don Ernesto Buonaiuti, que después se habría vuelto famoso porque se le acusó de ser un teólogo modernista, es más, el más modernista de los italianos. Las acusaciones fueron muy duras para muchos intelectuales, que, a menudo, no tenían más culpa que haberse anticipado a su tiempo. Buonaiuti fue expulsado por este motivo de la educación eclesiástica, excomulgado y, después del Concordato de 1929, suspendido (por el régimen musoliniano) de la cátedra de la Universidad de Roma.

Recorte del Corriere della Sera
 
En realidad, como resultado descontado de las hostilidades, su “teología” en muchos puntos se había distanciado de algunas verdades fundamentales de la doctrina de la Iglesia católica: la divinidad real de Cristo y la naturaleza misma de la Iglesia como misterio del Señor.
 
Bonaiuti era un sacerdote contemporáneo de Roncalli y vivió con él como estudiante en el Pontificio Seminario Romano de Estudios Jurídicos de S. Apollinare, en Roma, un instituto que durante siglos formó a la crema y nata de los hombres ilustres de la Iglesia (y en cuyos corredores pasaron, entre otros, Pío XII y Giovanni Battista Montini). En los años 70, por una decisión sorpresiva de la Santa Sede, fue suspendido y lo que sucedió en el edificio y en la Basílica anexa ha constituido hasta nuestros días argumento de crónicas dolorosas y problemáticas…
 
Volviendo a Buonaiuti, su historia, entre acusaciones y condenas (dramática en muchos aspectos), es bien conocida. Es cierto que algunas de sus posturas doctrinales llegaron con el paso del tiempo a las fronteras de la fe cristiana y católica, pero también sería correcto preguntarse hasta qué punto la hostilidad de cierta “Curia” de la época lo impulsó a llegar a los extremos de algunas de sus tesis sobre la divinidad de Cristo y sobre la verdadera naturaleza de las Sagradas Escrituras como fuente de la fe cristiana y de la Iglesia misma…
   
Así pues, Roncalli y Buonaiuti eran amigos y compañeros de estudio. El vínculo de amistad cordial nunca fue desmentido por ninguno de los dos. Todo lo contrario. Y puedo contar un detalle que viví en primera persona. El 12 de septiembre de 1960 Juan XXIII quiso visitar la villa veraniega del Pontificio Seminario Romano Mayor, en Roccantica, en la provincia de Rieti, en Sabina. Allí, en compañía de su séquito (con el cardenal Marcello Mimmi, que era arzobispo titular de Sabina y Poggio Mirteto), fue recibido por el Rector del Seminario, monseñor Plinio Pascoli y todos los estudiantes en el patio de la villa. Después hubo un cordial coloquio que duró bastante. El Papa estaba contentísimo de encontrarse allí, en Roccantica, y lo dijo con tranquilidad. ¡Feliz! Estaba, a su lado, monseñor Pericle Felici, que había dejado de ser Director espiritual del Seminario porque se encontraba preparando el Concilio, del que habría sido Secretario General, hasta diciembre de 1965.
  
Roncalli habló mucho, estaba contento y sereno, ante una asamblea de jóvenes alumnos (en las fotos del encuentro se reconocen, encantados por sus palabras, muchos que hoy son obispos y cardenales). En determinado momento, quiso explicar su aprecio por aquel sitio. Poco después de su ordenación, un día después de su primera misa en Roma, en la Iglesia de Santa María en Montesanto (en la Plaza del Popolo) fue a celebrar justamente allí su segunda misa, a Roccantica. Fue un relato pormenorizado: el tren de Roma que llegó a la estación de Stimigliano, luego el viaje de unos 20 kilómetros en una carreta tirada por dos bueyes, polvo y piedrecitas…
 
Era el verano de 1904. El Papa contó con una enorme sonrisa que la sotana negra se había vuelto blanca por el polvo y luego recordó la capilla de la villa en la que todos habían rezado juntos poco tiempo antes. «Aquí dije mi segunda Misa… ¡Me asistía el pobre don Ernesto!». Era normal entonces que un sacerdote más experto acompañara como “asistente” las primeras celebraciones de los “novatos”… El Papa Juan sonreía al recordar el evento y sonrió durante toda esa tardecita serena en el seminario. Después de que se hubiera ido, hubo algunos que, llenos de curiosidad, preguntaron al Rector quién era ese “pobre Ernesto”. Y mons. Pascoli se mostró como sorprendido por la pregunta y se sonrojó. Pero respondió: «Era Ernesto Buonaiuti».
 
¡La amistad y la camaradería del Papa con el más famoso de los “herejes” del modernismo de la primera mitad del siglo XX!. Eran un grupo de jóvenes sacerdotes y amigos: Roncalli, Buonaiuti, De Luca, Canovai, Belvederi y Sandri. Cada uno de ellos tendría una vida muy diferente por delante…
 
Volviendo a Buonaiuti, pues, es cierto que cuando Roncalli fue llamado para enseñar historia de la Iglesia en Bérgamo le pidió a su amigo Ernesto sus apuntes para las lecciones. Pero los que hayan leído los textos sabrán que en ellos no hay ningún error doctrinal. Cuando este detalle salió a la luz no tuvo ningún peso para frenar el curso de la larga “carrera” (vocablo malsonante, pero útil) que habría llevado a Roncalli a la Cátedra de Pedro el 28 de octubre de 1958.
  
La amistad y la cordialidad duraron toda la vida, más allá de las dolorosas cuestiones que marcaron la vida del “pobre don Ernesto”, que, en realidad, justamente debido a la impía cacería que emprendieron algunos censores de la Iglesia en su contra y después el régimen fascista que lo suspendió en la Universidad de Roma. En el artículo que publicó el “Corriere della Sera” se lee una anotación de Pablo VI sobre las diferencias entre ambos: Roncalli y Buonaiuti: «Aumenta el aprecio por Papa Juan y la piedad por Buonaiuti». Piedad, “montinianamente”, en el sentido fuerte de la palabra, que no implica superioridad ni soberbia o juicios hostiles, sino que va más allá de las cuestiones históricas viéndolas a la luz de algo supremo: la misericordia divina…

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