martes, 3 de mayo de 2016

EL INICUO PROCESO A JESÚS: CAIFÁS, PEOR QUE SATANÁS, VACÓ LA DIGNIDAD DE SUMO SACERDOTE

Traducción del artículo publicado por Carlo di Pietro Riccioti en RADIO SPADA.

  
[…] Algunos autores han abrazado la circunstancia de «Jesús silente», injustamente juzgado por el Sumo Sacerdote[1], y esto con el claro intento de demostrar que Bergoglio (Francisco I) y los obispos a él unidos [retrocediendo hasta el Concilio Vaticano (II)], poseen hoy la autoridad pero ejercitándola, sosteniendo los mismos autores, contra la Iglesia[2], a la par del Sumo Sacerdote ante cuya autoridad, usada en modo reprobable[3], ¡Nuestro Señor pareció guardar silencio, casi confirmándola! Comenta, en cambio, Papa San León I Magno:
«[…] Entre las voces descompuestas y disonantes, Jesús había admirablemente preferido callar. Aún así, Él le responde a Caifás con autoridad auténtica y previdente para minar la conciencia de los incrédulos y reforzar, con las mismas palabras, el corazón de los creyentes […]».[4]
 
Puesto que he ampliamente demostrado, citando la doctrina definida y vinculante de la Iglesia Católica, que no puede existir plena autoridad en un sedente herético pertinaz y notorio, me permito, tanto para especular, de contestar también la idea de que Caifás ha sido verdadero Pontífice después de la escisión del culto por él proclamada.
 
Prometo que este discurso es puramente accesorio y no tiene alguna atinencia con el caso hipotético del Papa que cayese notoriamente en herejía.
  
Se presume, igualmente, que el lector medio conozca la diferencia entre la Iglesia y la Sinagoga.
  
Yo creo, por ejemplo, que la exégesis de san Jerónimo, comentada por santo Tomás en la «Catena Aurea»[5], se aporta ya una respusta. Además, si bien en Daniel se había hablado del «reino de los santos» que, apenas fundado, tiene el dominio de todas las gentes y para siempre, pero, explica Mons. Francesco Spadafora:
«Los Evangelios rechazan esta errada concepción [temporal, como se la arrogaban los Judíos, NdA] [6], que llevará a los Judíos a oponerse violentemente a Cristo. No sin referirse a ella, Jesús Nuestro Señor elige para Sí el apelativo mesiánico de Hijo de hombre, que es propio de Daniel, para combatirla e inculcar la verdadera naturaleza de su misión[7]. Él retorna frecuentemente a Daniel 7, 13 ss.[8] entendiendo la Iglesia formada y distinta de la Sinagoga […] y su manifestación gloriosa en el fin del Judaísmo y del Templo, y en favor de Su Iglesia perseguida».[9]
  
Ya el profeta Jeremías, perseguido por sus verdugos, se parangona al «cordero manso que es llevado al matadero»[10], así como el «siervo mío justo», en Isaías, «maltratado, se dejó humillar y no abrió su boca; era como cordero conducido al matadero, como oveja muda ante el esquilador, y no abría la boca»[11].
  
Este texto anuncia el destino de Cristo, como lo expone Felipe al eunuco de Etiopía[12]. Claramente los Evangelistas lo enlazan, cuando describen el silencio de Cristo en presencia del Sanedrín[13] y cuando Él no responde nada a Pilato[14].
 
El Sumo Sacerdote en la Antigua Alianza estaba al vértice de la jerarquía de los ministros sagrados, sus vestidos eran sagrados[15] y custodiados celosamente, y personificaba la unidad del culto.
  
¿Qué culto personifica Caifás después de haber conscientemente[16], con solemnidad, rechazado y condenado al Hijo?
 
En el relato evangélico, Caifás encabeza la oposición del sacerdocio judaico a Jesús. Ante Caifás, presidente del Sanedrín, Jesús viene presentado después del arresto y, cuando Éste se declara Mesías, el sumo sacerdote se rasga[17] furiosamente las vestiduras gritando: «Ha blasfemado». Ahora, ¿se me dice que el culto de Caifás, incluso después que éste solennemente rechaza y condena al Mesías, es el mismo culto de los Apóstoles? No lo es.
  
Caifás, de hecho, es consciente de estar en presencia del Mesías, y ante la clara reivindicación de Jesús, Lo condena: «Ha blasfemado» y se desgarra los vestidos. Se puede decir que, procediendo en esto modo, él había vacado el Pontificado.
  
Se puede analizar la cuestión de esta manera: Tenemos de un lado a los Apóstoles que creyeron en Cristo y en sus promesas, mientras que del otro tenemos a Caifás que manifiesta, desde su Cátedra, la creencia contraria, confirmada idéntica en los siglos presentes hasta la actualidad en los judíos del Talmud [llamados arbitrariamente “hermanos mayores” o “padres en la fe” o “estirpe de Abrahám” por los deuterovaticanos].
  
Luego, si Caifás manifiesta solemnemente una fe contraria a la de los Apóstoles, ¿cómo ha de ser ahora el garante del culto, que es el Sumo Sacerdote? De acuerdo a este razonamiento, ciertamente él deja vacante el Pontificado, también en razón del comentario de Mateo 16. Comentando el pasaje, el padre Marco M. Sales OP dice:
«Buscaban falsos testimonios... Ya habían definido que Jesús debía morir (Jn. 11, 50; 18, 53), se buscaba solo darle una apariencia de legalidad a la condena. No le hallaron... A fin de poder condenar a un hombre, la Ley (Dt. 19, 14-15) requería al menos dos testigos que, separadamente interrogados, estuviesen plenamente de acuerdo en su testimonio. Este ha dicho... En el primordio de su ministerio Público, Jesús había dicho una frase similar, pero no idéntica: “Destruid este templo, y Yo en tres dias lo levantaré”. La deposición de los dos testimonios desde luego no era exacta en cuanto a la letra, y menos aún en cuanto al sentido, porque Jesús había hablado no del templo material sino del templo que era su Cuerpo. Sin embargo la acusación era grave; dirigir una blasfemia contra el templo era castigado con la muerte. Pero en las palabras de Jesús no había ni se veía sombra de blasfemia, porque prometiendo edificar un nuevo templo, no iba para nada a despreciar el culto de Dios. Te conjuro... Caifás, no hallando suficiente la acusación de los dos testigos, y no habiendo podido obtener alguna respuesta de Jesús, Le hace una nueva pregunta sobre la calidad de Mesías y de Hijo de Dios, que Él tantas veces se había reivindicado, constriñéndolo a responder con un juramento. Te conjuro, esto es, te hago jurar por el Dios vivo, que digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Esta última palabra “Hijo de Dios” no es sinónimo de Mesías, pero va incluida en su estricto y propio sentido de hijo natural de Dios. Caifás y los miembros del Sanedrín sabían muy bien que Jesús había afirmado ser Hijo nacido de Dios, y no podían engañarse sobre el sentido de sus palabras. Tú lo has dicho, esto es, sí, Yo soy el Mesías y el Hijo de Dios. Con juramento solemne ante el más alto consejo de la nación, Jesús afirma su divinidad, revindica para Sí todos los derechos y la potestad del Padre, y la calidad suprema de juez de toda la humanidad. Dentro de poco, Él dice, veréis al Hijo del hombre sentarse a la derecha de la virtud de Dios (Sal. 109, 1), esto es, reinaré con Dios y haré manifiesta su potencia divina; lo veréis venir sobre las nubes del cielo (Dan. 7, 13), vale decir, como juez supremo. Dentro de poco conocerán que Él es Dios, cuando serán testigos de su Resurrección, del Pentecostés, etc. y a su tiempo, pero especialmente al fin del mundo, lo verán venir como juez supremo. Rasgó sus vestidos... Caifás comprende la magnitud de las palabras de Jesús, y en señal de horror por la presunta blasfemia rasga por 7 u 8 centímetros sus vestiduras, como solían hacer los hebreos para mostrar su dolor. De presidente del tribunal, él se hace acusador, y pronuncia una sentencia sin haber escuchado algún testimonio de descargo del acusado, sin conceder al acusado el tiempo para preparar su defensa. Es reo de muerte. La sentencia es pronunciada. Jesús debe morir porque ha blasfemado. Luego le escupieron... Según san Marcos 15; entre aquellos que así maltrataron a Jesús estaban algunos miembros del Sanedrín, los cuales más allá de ser acusadores y jueces, aún quisieron ser ejecutores de la sentencia».[18]
   
Cito algunas importantes sentencias de san Alfonso María de Ligorio, llamado el Doctor Utilísimo. Él, comentando el pasaje, afirma:
«El inicuo pontífice [Caifás, NdA], no hallando testimonio para condenar al Señor inocente, buscó que Él mismo hablara para de sus mismas palabras hallar materia para declararlo reo; cuando le interrogó en nombre de Dios: Adjúro te per Deum vivum, ut dicas nobis, si tu es Christus Fílius Dei. Jesús, oyendo conjurarse en nombre de Dios, declaró la verdad, y respondió: Ego sum; et vidébitis Fílium hóminis sedéntem a dextris virtútis Dei, et veniéntem cum núbibus cœli. Al oir esto, Caifás se lacera las vestiduras y dice: ¿A qué fin sirven más testimonios? ¿Habéis oido la blasfemia que ha dicho? Tunc princeps sacerdótum scidit vestiménta sua, dicens: Blasphemávit: Quid adhuc egémus téstibus? Luego preguntó a los otros sacerdotes: Quid vobis vidétur? Y ellos respondieron: Reus est mortis. Pero esta sentencia fue ya dada antes por el Padre eterno, cuando Jesús se ofreció a pagar la pena de nuestros pecados. Jesús mío, os agradezco y os amo. Publicada la inicua sentencia, todos en la noche se cansaron en atormentarlo: quién le escupía en la cara, quién lo golpeaba con los puños, y quién le daba más bofetadas, ridiculizándolo como falso profeta: Tunc expuérunt in fáciem ejus, et cólaphis eum cæcidérunt; álii autem palmas in fáciem ejus dedérunt, dicéntes: Prophetíza nobis, Christe, quis est qui te percússit? Y, como agrega san Marcos, ellos cubrieron el Sagrado Rostro con un paño burdo, y así después lo golpearon. ¡Ah Jesús mío, cuántas injurias habeis sufrido por mí, para satisfacer a las injurias que os he hecho a Vos! Os amo, bondad infinita. Duélome sumamente de haberos despreciado así. Perdonadme y dadme la gracia de ser todo vuestro. Todo vuestro quiero ser, y Vos lo habréis de hacer. Oh María, Abogada y esperanza mía, con vuestras plegarias me lo alcanzaréis obtener».[19]
 
Pero luego, propiamente contra los protestantes que blanden lo sucedido para legitimar la autoridad del «Concilio de Caifás», y por ende, desacreditar tanto la infalibilidad del Sumo Pontífice como la de los Concilios generales, Ligorio sentencia:
«Calvino opone a la autoridad de los Concilios, la iniquidad del Concilio de Caifás, que fue un concilio general de todos los príncipes de los sacerdotes, y en el que fue condenado Jesucristo como reo de muerte. De donde infiere que aún los Concilios ecuménicos son falibles. Nosotros solamente sostenemos la infalibilidad de los Concilios generales legítimos, a quienes asiste el Espíritu Santo; pero ¿cómo puede considerarse infalible y asistido del Espíritu Santo un Concilio en el cual se condenaba a Jesucristo como blasfemo, por haberse proclamado Hijo de Dios, aunque dio tantas pruebas de serlo, y donde se emplearon tantos engaños, sobornando a los testigos y obrando por envidia, como lo reconoció el mismo Pilatos? Sciébat enim quod per invídiam tradidíssent eum».[20]
 
San Juan Crisóstomo dice:
«Aquel consejo tenía solo la apariencia de un tribunal; de hecho era una guarida de asesinos sedientos de sangre. Por esto el Señor decide reprocharles no respondiendo a sus demandas»[21].
 
Orígenes comenta:
«Caifás conjuró a Jesucristo y le ordenó decirle si verdaderamente era el Hijo de Dios. Hombre diabólico; Satanás, por dos veces le preguntó a Jesucristo: dime si tú eres el Hijo de Dios. Caifás, repitiendo la misma pregunta, imitó a Satanás, su padre»[22].
 
San Beda agrega:
«Caifás en su pregunta, se mostró peor que Satanás, porque el fin de obtener de la boca del Señor la confesión de la verdad, era de calumniarlo y condenarlo a muerte»[23].
  
San Hilario dice:
«Observad: Caifás se rasgó las vestiduras en el momento en el que Jesús se declaró Hijo de Dios, el verdadero Mesías en la presencia de toda la nación hebraica, reunida en la persona de sus jefes. Esto significa que, apenas el divino Redentor –legalmente y solemnemente– descubrió su verdadera naturaleza y su verdadera misión, cesaron todas las sombras que habían sido destinadas a figurarlo. Cesó el sacerdocio de Aarón; desaparece la ley frente al Evangelio; se rompieron los velos de las Sagradas Escrituras, figuradas en las vestiduras sacerdotales»[24].
 
San Jerónimo comenta:
«Caifás, sacerdote hebraico, rasgó sus propios vestidos; mientras los soldados gentiles conservaron intacta la túnica de Jesús sobre el Calvario. Esto indica que el sacerdocio de Cristo, figurado en su Túnica inconsútil, permanecerá perpetuamente intacto en los pueblos paganos convertidos en cristianos; mientras quedará cortado y abolido para siempre en el pueblo hebreo»[25].
  
Conclusiva pero determinante es la sentencia del Papa san León I Magno:
«El bufón sacrílego, reprime su alegría interna, mientras afecta por fuera escalofríos, horror; compone la aflicción en su rostro, mientras danza en el corazón; se muestra sacerdote celoso del honor de Dios vilipendiado, mientras desfoga su odio cruel; y para causar una más profunda impresión sobre el pueblo espectador, se abandona a movimientos violentos, a agitaciones de un hombre profundamente dolido, mientras era toda hipocresía […] ¡Infeliz Caifás! Él no comprende el tremendo misterio que cumplía con aquel satánico frenesí. Rasgando los ornamentos sacerdotales, se desacró con sus mismas manos; se privó él mismo del honor y de la dignidad de Gran Sacerdote; él mismo, reo y verdugo, ejecutó sobre sí mismo esta su oprobiosa condena».[26]
 
Creo que es suficiente para cerrar también definitivamente esta cuestión impostergable

CARLO DIPIETRO, Apologia del Papato, Ed. Effedieffe. Cap. Caifás y la dignidad sacerdotal perdida (Fragmento).
   
NOTAS
[1] Cf. Mt. 26, 57 ss.. «Luego, el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo: “¡Ha blasfemado! ¿Por qué habríamos de necesitar más testigos? He aquí, habéis oído la blasfemia […]”» (Mt. 26, 65).
[2] Ellos parten siempre del presupuesto que la actual jerarquía postconciliar (Papa incluido) están universalmente en error sobre algunas cuestiones de fe y de costumbre, por tanto, según ellos, se les debería resistir pero reconociéndoles influencia. Habíamos visto, citando el Magisterio, que la Iglesia, precisamente y muchas veces, también etiqueta como protestante esta creencia. Por ejemplo, sobre la Tesis del Papado material, que pareciera resolver el problema de la Autoridad en la Iglesia del Concilio Vaticano [II] en adelante, leo en el conocido periódico «Sì Sì No No» (15 de noviembre de 2013, año XXXIX, n° 19, p. 1 ss.) que: «La Iglesia apoya sobre el ser, sobre el acto y sobre la forma, no sobre el devenir, la potencia y la materialidad. Por tanto la Iglesia o el Papado material o en devenir, que por 4 Papas [por Montini (Pablo VI) y sucesores, NdA] no ha pasado al acto y habría interrumpido la sucesión apostólica formal de Pedro, es un Papado concebido por la mente de un hombre […], pero no es la Iglesia querida por Dios […]», por tanto la Tesis de Cassiciacum estará en error. Creo de haber ya demostrato que, también, la teología común objeta a esta objeción. Item, en el mismo escrito viene citado san Belarmino (p. 2, nota 4): «La primera tesis (san Roberto Belarmino, De Romano Pontifice, lib. II, cap. 30; Francisco Suarez, De fide, disputa X, sez. VI, n.° 11, p. 319; cardenal Louis Billot, De Ecclesia Christi, t. I, pp. 609-610) sostiene que un Papa no puede caer en herejía después de su elección, pero también analiza la hipótesis puramente teórica (considerada como solo posible) de un Papa que pudo caer en herejía. Como se ve, esta hipotesis no es sostenida como cierta por Belarmino ni por Billot, sino solo especulativamente posible. La segunda hipótesis (que Belarmino califica como posible, pero muy improbable, ibid, p. 418) sostiene que el Papa puede caer en herejía notoria y mantener el Pontificado; esa es sostenida solo por el canonista francés D. Bouix (Tractatus de Papa, tomo II, pp. 670-671), sobre otros 130 autores. La tercera hipótesis sostiene que, admitiendo y no concediendo que caiga en herejía, el Papa pierde el Pontificado solo después que los cardinales o los obispos hayan declarado su herejía (Cajetanus, De auctoritate Papæ et Concilii, cap. XX-XXI): el Papa herético no es depuesto ipso facto, sino que debe ser depuesto (deponéndus) por Cristo después que los cardenales hayan declarado su herejía como manifiesta y obstinada. La cuarta hipótesis sostiene que el Papa, si cae en herejía manifiesta, pierde ipso facto el pontificado (depósitus). Esa es sostenida por Belarmino (ut supra, p. 420) y por Billot (idem, pp. 608-609) como menos probable que la primera hipótesis, pero más probable que la tercera. Como se ve se trata sólo de hipótesis, de posibilides teoréticas, ni siquiera de probabilidades, y menos de certeza teológica». Luego, en la pág. 2 de la misma revista se lee: «La del Papa herético, sin embargo, es solo una hipótesis, una opinión discutible, posible, no probable y absolutamente no es una certeza», así viene descartada ciertamente cada solución al problema contemporáneo, incluida la Tesis de Cassiciacum. Ahora, si el autor del escrito aquí citado, un tal Petrus, estuviese en comunión con todas las doctrinas promulgadas e impuestas universalmente por el Concilio Ecuménico Vaticano [II], el problema no se define y estos demostrarían usar la recta razón (que el Papa herético es solo una hipótesis por descartar y no verificable); el problema es que el mismo autor (Petrus), poco después, admite ya la nota 4 que «la doctrina sobre el Colegio de los obispos» enseñada por el Concilio Vaticano [II], es errada porque es contraria a la «doctrina tradicional, confirmada en el 1958 por Pio XII». El autor del editorial titulado «Piccolo catechismo sulla Chiesa e il Magistero», prosigue en otras partes del mismo denunciando varias fracturas entre la doctrina del Concilio Vaticano [II] y la Tradicional, a veces aún con la doctrina ya precedentemente definida (explícitamente) por la Iglesia. En el rigor de la lógica, entonces, para Petrus la hipótesis devenida en certeza. Per tanto este, antes dice que «el Papa herético es pura hipótesis», aunque san Belarmino y los teólogos (comunes) habrían simplemente presentado un plano hipotético (especulado) y no puesto en consideración, pero después él mismo denuncia, documentando, que esta hipótesis es verificada, sin embargo descarta la teología común que, en su lugar, resolvería el problema (ya he demostrado, citando el Magisterio y la teología común, la plausibilidad de la hipótesis IV). Él, por demás, claramente expone la única hipótesis minoritaria que es claramente errónea, de hecho Petrus «sostiene que el Papa puede caer en herejía notoria y mantener el Pontificado», teoría «sostenida solo por el canonista francés D. Bouix […] sobre casi 130 autores». Es como si el tal Petrus dijese: la ciencia médica me brinda la cura inmediata en el remoto caso de una infección tetánica, pero siendo este caso remoto sólo una hipótesis, yo rechazo la cura también si debiese darme cuenta de haber contraído realmente el tétano. ¡Hay una lógica ambigua en todo esto, por tanto yo no puedo aceptarla, aunque sea lector asiduo de dicha revista!
[3] «O los Hebreos, que eran hijos en la casa de Dios, por su dureza e incredulidad, devinieron en perros. Y de estos perros desafortunadamente tenemos demasiados hoy en Roma, y les oimos ladrar por todas las calles, y van molestando por todos los lugares» [Cf. «La Voce del Santo Padre Pio Nono», 1874, fasc. IX, Bolonia, Ed. Tipografia Felsinea, pp. 264-265; Proposición instrumentalizada en: «The Popes Against the Jews: Before the Holocaust», editorial de Garry Wills, en «New York Times», 23 de septiembre de 2001, cita inglesa: «In 1871, addressing a group of Catholic women, Pius said that Jews “had been children in the House of God”, but “owing to their obstinacy and their failure to believe, they have become dogs” (énfasis en el original). “We have today in Rome unfortunately too many of these dogs, and we hear them barking in all the streets, and going around molesting people everywhere”. This is the pope beatified by John Paul II in 2000 […]»]. Atención, si bien el mundo de hoy quiere hacer creer lo contrario, el pecado existe y y es exclusivamente aquello a lo cual hace referencia el Papa Pío IX, él condena el pecado de infidelidad y no al pecador. Testimonio explícito: «[Pío IX, NdA] vio un anciano en tierra sobre la calle, aparentemente sin vida en el barrio judío, el llamado Gueto. Enseguida le manda al cochero acercarse. Baja de la carroza para saber qué tenía el anciano. “Es un hebreo”, le contestan algunos, sin prestarle socorro alguno. “¿Qué cosa decís?”, pregunta el Papa visibilemente airado. “¿No son los hebreos el nuestro prójimo, al que debemos ayudar?”. Enseguida el Papa personalmente con la ayuda de su asistente levantó al anciano, lo hace salir sobre la carroza y lo conduce a su pobre casa, donde se detiene amorosamente con él, mientras que el viejo se recuperaba» (Cf. «Piusbuch. Papst Pius IX in seinem Leben und Wirken», Franz Hülskamp y Wilhelm Molitor, Ed. A. Russell in Münster, 1873, p. 93, open lib.: OL13990851M, traducido al italiano para Apologia del Papato por Patricio Shaw).
[4] Cf. San León Magno, Sermón XLIV, 2.1-2 sobre la Pasión del Señor.
[5] Santo Tomás de Aquino, «Catena Aurea in quatuor Evangelia», Expositio in Matthaeum, cap. 26, lez. 16, Taurini, 1953: «Per hoc autem quod scidit vestiménta sua, osténdit Judaeos sacerdotálem glóriam perdidísse, et vacuam sedem habére pontíficis. Dum enim vestem sibi discídit, ipsum quo tegebátur vestiméntum legis abrúpit». Puede estudiarse la obra aquí: http://www.corpusthomisticum.org/cmt26.html.
[6] Para entender mejor: No se habla más de la constitución temporal de la nación (Jn. 18, 36); la carta de alianza de Jesús no es más la ley de Moisés (Gál. 3, 21); Jesús habla de Su Templo divino (Mc. 14, 58) e indestructible (Mt 16, 18); del Cuerpo resucitado de Cristo (Jn. 2, 21 ss.); de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, Templo nuevo (2 Cor. 6,16; Ef. 2, 21; 1Pe. 2, 5), accesible a todos (Mc. 11, 17). «Porque no se es más griego o judío, circuncisión o incircuncisión, bárbaro o escita, esclavo o libre, pues Cristo es todo en todos» (Col 3, 11; Cf. Gál 3, 28), «De hecho, todos vosotros sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, porqe cuantos sois bautizados en Cristo, sois revestidos de Cristo […] Y si pertenecéis a Cristo, luego sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa» (Cf. Gál. 19, ss.).
[7] Cf. 18, 8.
[8] Manifestación del Mesías, como Rey del «reino de los santos». Cf. Mt. 16, 27; Mc. 8, 38; 9, 1; Lc. 9, 26 ss.; Mt. 24, 30; Mc. 13, 26; Lc. 22, 27; Mt. 26, 63 ss.; Mc. 14, 61; L. 22, 68 ss.
[9] F. Spadafora, «Gesù e la fine di Gerusalemme», Rovigo 1950, pp. 17 ss., 61 ss., 93-96; Cf. «Dizionario Biblico», Ed. Studium, Roma, 1955, p. 146; conceptualmente igual en «Dizionario di Teologia Biblica», X. Leon-Dufour…, Ed. Marietti, Turín, 1965, pp.146 ss, III Fondazione della Chiesa. NB: Como hace notar el mismo Mons. Spadafora, desgraciadamente el jesuita Xavier Leon-Dufour, apenas mencionato, sucesivamente «[…] caminó sobre las huellas del protestante Willi Marxen […] con el caso clamoroso de la negación de la resurreción corpórea de Jesús […]» (Cf. «La nueva exégesis. El triunfo del Modernismo sobre la exégesis Católica», F. Spadafora, Ed. Les Amis de saint Francois de Sales, Sion, 1996, p. 214). En este caso los dos conocidos e importantes estudiosos dan, en cambio, la misma y tradicional exégesis a la cuestión. He escogido entre tantos a estos dos personajes, para demostrar cómo la fe de Dufour, manchada de Modernismo, no es más integral y siempre cierta sino que tal vez es inestable y peligrosísima.
[10] Jer. 11, 19
[11] Is. 53, 7 ss.
[12] Cf. Act. 8, 31-35. Se lee: «[…] Felipe, tomando la palabra y partiendo de dicho pasaje de la Escritura, le anunció la buena nueva de Jesús».
[13] Cf. Mt. 26, 63. Se lee: «[…] Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dice: “Te conjuro, por el Dios viviente, que digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”».
[14] Cf. Jn. 19, 9. En este caso se entiende que Jesús no discute la potestad terrena de Pilato (Cf. Mt 22,21), pero pone en relieve la iniquidad de la cual es víctima (Jn 19,11). Se lee: «No tendrías ningún poder sobre mí, si no te fuese dado de lo alto. Por eso, quien me ha entregado en tus manos tiene una culpa más grande».
[15] En la búsqueda realizada, me encuentro, tambien, que el Sumo Sacerdote no podía rasgarse las vestiduras. Reporto, a modo de ejemplo, el comentario (Mateo 26, 65) de mons. Antonio Martini en «Testamento secondo la Volgata», 1817: «Los Rabinos dicen que él podía rasgarse los vestidos (no los sagrados usados en las funciones pontificales, sino los vestidos ordinarios) en tiempo de calamidad, y también en oyendo cualquier modo de blasfemia; y esta segunda excepción parece inventada para justificar el acto de Caifás». Por la Escritura sabemos que: «El sacerdote, el que es el sumo entre sus hermanos, sobre la cabeza del cual fue derramado el óleo de la unción y ha recibido la investidura, vistiendo los vestidos sagrados, no debía mesar sus cabellos ni rasgarse las vestiduras» (Lev. 21, 10).
[16] Explica santo Tomás de Aquino en la «Summa Theologiæ» (IIIª q. 47 a. 5): «Parece que los perseguidores de Cristo le conocieron. De hecho: En el Evangelio se lee que “los labradores, al ver al hijo, se dijeron: Este es el heredero; venid, matémosle”. Y san Jerónimo comenta: “Con estas palabras demuestra clarísimamente el Señor que los príncipes de los judíos no crucificaron al Hijo de Dios por ignorancia, sino por envidia. Se dieron cuenta de que Él era aquel a quien el Padre dice, por medio del profeta: “Pídemelo, y te daré en herencia las naciones”. Luego parece que conocieron que era el Cristo, o el Hijo de Dios». Luego de la acostumbrada disertación, el Doctor Angélico resuelve y concluye: «Antes de las palabras citadas, se anteponen estas otras: “Si no hubiera hecho entre ellos obras que ninguno otro hizo, no tendrían pecado”, y luego añade: “Pero ahora han visto, y me han odiado a mí y a mi Padre”. Por lo cual se demuestra que, viendo las obras admirables de Cristo, debido a su odio no le reconocieron por el Hijo de Dios. La ignorancia afectada no excusa de pecado, sino que más bien parece agravarle, porque demuestra que el hombre es tan vehementemente sensible al pecado que quiere caer en la ignorancia para no evitar el pecado. Y por esto pecaron los judíos, por ser los que crucificaron no sólo a Cristo hombre, sino a Dios». En el artículo 6, el Aquinate explica por qué los jefes de los judíos no son en modo alguno excusables, de hecho: «La excusa del Señor no se refiere a los príncipes de los judíos, sino a las clases inferiores del pueblo, como acabamos de decir. Cristo no fue entregado por Judas a Pilato, sino a los príncipes de los sacerdotes, quienes le entregaron a Pilato, según las palabras de este último: “Tu pueblo y tus pontífices te han entregado a mí”. Sin embargo, el pecado de todos éstos fue mayor que el de Pilato, que condenó a muerte a Cristo por temor del César. Y también que el pecado de los soldados, los cuales crucificaron a Cristo por mandato del gobernador; no por codicia, como Judas, ni por envidia y odio, como los príncipes y sacerdotes. Cristo quiso su pasión, como también la quiso Dios; pero no quiso la acción inicua de los judíos. Y, por este motivo, no quedan excusados de la injusticia los que mataron a Cristo. Y, sin embargo, el que mata a un hombre comete una injuria no sólo contra el hombre, sino también contra Dios y contra la república; como la comete igualmente el que se suicida, según dice el Filósofo. Por esto David condenó a muerte al que “no había temido poner sus manos para matar al ungido del Señor”, a pesar de que aquél lo pedía».
[17] Caifás comprende la relevancia de las palabras de Jesús, y en señal de horror por la presunta blasfemia desgarra –arbitrariamente– de 7 a 8 centímetros sus vestidos, como solían hacer los hebreos para mostrar su dolor Cf. «La Sacra Bibbia», comentada por el P. Marco M. Sales OP, 2 Imprimatur, Tipografia Pontificia cav. P. Marietti, Turín, 1911, p. 122, nota 65).
[18] Cf. «La Sacra Bibbia», comentada por el P. Marco M. Sales OP, 2 Imprimatur, Tipografia Pontificia cav. P. Marietti, Turín, 1911, p. 122, nota 59-67.
[19] Cf. San Alfonso María de Ligorio, «De las ceremonias de la Misa», par. II, § 2, Consideración II para el lunes, pp. 800 e 801.
[20] Cf. San Alfonso María de Ligorio, «Historia de las Herejías», confutación IX, § 8, De la autoridad de los Concilios generales, n° 80.
[21] Homilía LXXXV, In Mt.; Cf. «Letture sulla passione di Gesù Cristo», G. Pesce, Ed. Desclée & C, reedición prologada por el P. Teodoro Foley, General de los Pasionistas, 20 de Diciembre de 1964, III. Comentario de los santos Padres, pp. 302, 303, 304 e 305.
[22] Tratado XXXV, In Ut.; Ibid.
[23] In Lc.; Ibid.
[24] Canon XXXII, In Mt.; Ibid.
[25] In Mt.; Ibid.
[26] Sermón IV, «De Passione …»; Ibid.

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