martes, 8 de abril de 2014

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA - MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE PASIÓN

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA
     
Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus). Segundo tomo: desde el Domingo de Septuagésima hasta el Segundo Domingo después de Pascua. Segunda Edición argentina, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1962.
                  
MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE PASIÓN
    
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
     
Consideraremos mañana que debemos amar la Cruz, porque encontramos en ella: 1º Nuestra fuerza; 2° Nuestra gloria.
      
—Nuestra resolución será: 1° De pensar en la Cruz durante nuestras debilidades y abatimientos, para recobrar el valor; 2° De no tomar ya en cuenta la vana gloria del mundo y trabajar únicamente por la sólida gloria de la Cruz. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de San Pablo: “¡Lejos de mí gloriarme en otra cosa que en la Cruz de Jesucristo!”
     
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA
    
Prosternémonos en espíritu delante de la Cruz del Salvador y rindámosle los homenajes más fervientes de adoración, admiración, amor y alabanzas
     
PUNTO PRIMERO - DEBEMOS AMAR LA CRUZ, PORQUE ES NUESTRA FUERZA
        
El hombre es tan débil por sí mismo y, por otra parte, hay situaciones tan críticas, defectos o pasiones tan difíciles de someter, virtudes de una práctica tan penosa, que es preciso que una fuerza sobrenatural venga en socorro de la debilidad humana. En la Cruz se halla esta fuerza. Con la Cruz en la mano, se triunfa de todas las dificultades. Se encuentra en ella un ejemplo que confunde la cobardía y excita el valor; una garantía de nuestras inmortales esperanzas, y levantado el corazón al cielo, lo hace más fuerte que la tierra entera; le comunica una gracia que sostiene; un amor que excita nuestro amor e inspira abnegación; en fin, el sello de los elegidos, que nos invita a marchar por el camino que nos conduce a la gloria. San Pablo se une a la Cruz, se apoya en ella y se cree más fuerte que todas las tentaciones y todas las penas. Los mártires y los confesores, en los tormentos pensaban en la Cruz, y encontraba en esa consideración una fuerza que los hacía invencibles. “Mucho padezco, decía uno de ellos, ¿Pero qué es esto, comparado con lo que ha padecido Jesús en la Cruz?”. Imitemos estos bellos ejemplos. Si experimentamos los reveses de la fortuna hasta sentir la desnudez de la pobreza, la desnudez de Jesús en la Cruz nos hará amar la privación y nos hará decir valientemente con un santo: “Desnudo seguiré a Jesucristo desnudo”. ¿Somos afligidos en nuestro cuerpo por enfermedades y dolores? Las llagas de Jesucristo en la Cruz nos harán amar los padecimientos, hasta hacernos decir con San Buenaventura: “No quiero vivir sin dolor cuando os veo en el tormento”; o con Santa Teresa: “¡O padecer o morir!” “Tengo horror, decía esta grande alma, a la alegría y a los goces, a la sensualidad y a las delicadezas”. ¿Estamos expuestos a la calumnia, a la desconsideración, al menosprecio? Los oprobios de Jesús en la Cruz nos harán perder el amor a la estimación y a la alabanza. No las amaremos ya: porque ¿Cómo hacer caso de la estimación del mundo, que ha sido tenida en tan poco aprecio por la Sabiduría eterna? ¿Cómo querer ser mejor tratados ni más honrados que Dios? En fin, ¿Tenemos penas interiores que nos atormentan, un carácter que reformar, una voluntad propia que doblegar? La mansedumbre y la obediencia de Jesús en la Cruz nos harán suaves y dóciles, sencillos y obedientes. Así, EN CUALQUIER SITUACIÓN QUE NOS ENCONTREMOS, CUALQUIER TRASTORNO QUE SUCEDA ALREDEDOR NUESTRO O EN NOSOTROS MISMOS, LA CRUZ SERÁ NUESTRA FUERZA; CON ELLA TRIUNFAREMOS DE TODAS LAS DIFICULTADES; CON ELLA SEREMOS FELICES EN LOS PADECIMIENTOS Y RICOS EN LA POBREZA, Y NOS SENTIREMOS CONSOLADOS EN LAS CONTRADICCIONES.
    
PUNTO SEGUNDO - DEBEMOS AMAR LA CRUZ, PORQUE ES NUESTRA GLORIA
       
La Cruz y las penas son un honor tal, que nuestros pecados merecerían que fuésemos privados de ellas y se nos condenara a las riquezas y a los placeres del mundo, contra los cuales Nuestro Señor ha pronunciado este terrible anatema: “¡Ay de vosotros, ricos, hay de vosotros, los que gozáis en este mundo!” El alma a quien Dios envía estos falsos bienes, debería humillarse, confundirse y temer ser reprobada. El alma a quien Dios favorece con el don de la cruz debiera temer verse dominada por el amor propio, pues es tratada como lo fue Dios: Se hace semejante a Jesucristo, verdadero Dios como Él, alimentada con padecimientos, oprobios y pobreza. El mundo, que tiene ideas tan falsas sobre la gloria, no entiende nada de este lenguaje; sin embargo, ¿Qué hay de más caro? Según el mundo, la gloria está en la nobleza de una ilustre sangre; pero la Cruz da al cristiano una nobleza más alta que todas las noblezas de la tierra; por ella el cristiano es hijo de Dios: “Padre nuestro, que estas en los cielos”. Es hermano de Jesucristo y coheredero del Reino de los cielos. Según el mundo, la gloria está en la posesión de vastos dominios; pero la Cruz me asegura como herencia en el Reino de los cielos, un trono, desde donde juzgaré al mundo, y bienes de infinito valor, comparado con los cuales, el mundo entero es nada. Según el mundo, la gloria está en la superioridad de la inteligencia que ha hecho ilustres a tantos sabios de la antigüedad; pero, ante la sabiduría de la Cruz, toda la sabiduría del mundo no es sino locura. Según el mundo, la gloria está en el heroísmo del valor; pero ¿Qué más grandes héroes, que esos discípulos de la Cruz, que se llaman Apóstoles, mártires y tantos otros santos? En fin, según el mundo, la gloria está en ser admitido en la intimidad de los grandes y de los monarcas; pero la Cruz me establece en la intimidad de Dios, de Jesucristo, su hijo, de todos los ángeles y de todos los santos. ¿No es esto incomparablemente más glorioso? ¡Honor pues a la Cruz! ¡Bienvenida sea todas las veces que se presente! ¡Honor a las almas crucificadas! Ellas son las favorecidas de Dios, sus privilegiadas, las que llevan la librea del Rey Jesús. ¿Es así como preciamos nosotros la Cruz? ¿No hemos tenido, quizás, sentimientos enteramente opuestos, hasta murmurar y quejarnos de su llegada?

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